Efímera como un sueño, se me presenta esta escena enigmática y poética, como si el mismo tiempo hubiera decidido suspender su implacable marcha. En su esencia, esta instantánea es una cuidadosa superposición de dos realidades: por un lado, se vislumbra la intrincada imagen de una tienda de antigüedades, mientras que, por el otro, se alza la majestuosa arquitectura que caracteriza a la ciudad.
A través del cristal que posee la facultad de trascender las barreras del tiempo, me desvela un delicado escaparate, un portal mágico que me transporto a un pasado remoto. En su interior, objetos que albergan historias silenciadas y secretos susurrados por el implacable transcurrir del tiempo guardan pacientemente ser desvelados, como tesoros ocultos bajo una fina pátina de polvo. Cada pieza, un fragmento de la memoria colectiva, una puerta que me conduce a eras olvidadas.
La arquitectura urbana se erige imponente y altiva, sirviendo como telón de fondo a esta singular estampa. Sus líneas y detalles, testigos de la evolución de la ciudad a lo largo de los años, se reflejan con una asombrosa nitidez en el cristal. En este juego de luces y sombras, el pasado y el presente se entrelazan de manera totalmente surrealista, recordándonos que el tiempo fluye como un río incesante.
Así, esta fotografía me transporta a un mundo donde la realidad y la nostalgia se funden en un abrazo íntimo, donde el patrimonio arquitectónico se convierte en cómplice de los objetos del pasado. Es una ventana a la inmortalidad de la memoria, un lazo que conecta lo efímero con lo eterno, donde la mirada se sumerge en el misterio de lo que fue y lo que aún aguarda ser descubierto.
Autor: ricardomiras.com
